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lunes, 20 de noviembre de 2006

Capítulo 1: Para siempre es demasiado tiempo

Las luces y los gritos fueron poco a poco absorbidos por la lluvia y la noche. Afortunadamente conocía aquella parte de la isla mejor que nadie, y era improbable que los guardias pudieran alcanzarle ya.

Estaba agotado, pero la sensación de libertad, que tanto había extrañado, y la inquietud de volver a ser atrapado le impedían apenas descansar. Tras meditarlo unos instantes, decidió que invertiría sus últimas fuerzas en alcanzar el puerto; era muy arriesgado habiendo pasado tan pocas horas desde que escapó, pero una noche tormentosa como aquella podía ser un aliado determinante. Además nadie le creería tan loco como para intentar aventurarse en el mar con aquel tiempo, en la oscuridad; ya le habían subestimado una vez aquel día, tal vez fuese así de nuevo.

"Edward Drummond, se le acusa de los siguientes delitos" - dijo el juez - "Robo con violencia, y asesinato"

El puerto no estaba lejos, y él se movía rápido. Su padre le había legado un físico envidiable; eso y el amargo sabor de verse solo en el mundo apenas cumplidos los 2 años. Henry Drummond, según pudo leer en las cartas que le dejó su madre, había sido un marino inglés, que sirvió en la armada durante 15 años, hasta que cayó muerto en un enfrentamiento con la flota española. Otras personas, sin embargo, cuestionaban abiertamente esa versión, afirmando que Henry no era más que un corsario, que se servía a sí mismo, y encontró merecida muerte. Su madre, Virginia Alonso, había nacido en un pequeño pueblo de la costa norte de España. Conoció a Henry en uno de los viajes de este, cuando se detuvieron en el puerto donde el padre de Virginia faenaba. En realidad no tenía muchos más datos sobre ellos, apenas esas líneas escritas como despedida. No era algo que le perturbase excesivamente, había aprendido a vivir con ello y no aspiraba a averiguar más que lo que casualmente pudiese caer en su camino. Su verdadero problema era no saber hacia donde caminar.

Las primeras luces del pequeño puerto de Scabb ya asomaban sobre la rocosa montaña por la que Edward se había acercado. Como había previsto, varias patrullas de guardias y soldados de la isla patrullaban la zona, pero sin excesivo interés; le resultaría fácil acercarse desde el agua, una vez llegase abajo. Como en la mayoría de las islas del Caribe, contaba con un buen número de barcos extranjeros, algunos de ellos realmente magníficos. Pero él necesitaba algo pequeño, algo accesible, aunque inevitablemente frágil. Se creía perfectamente capaz de alcanzar la vecina isla de Douph en uno de esos pequeños botes, no obstante, a sus 25 años, era el mejor marino en muchos kilómetros a la redonda. Sus días habían trascurrido entre barcos y puertos. Sus noches, entre tabernas y camas que no eran la suya. El corazón le latía fuerte cuando entró en el agua, pero el contacto del mar le tranquilizó, siempre lo hacía. Más incluso que cualquier mujer, más incluso que el afilado acero o la sangre.

"¿Cómo se declara el acusado?" - el juez le miró fijamente. El silencio de la sala se hacía tremendamente opresivo.
"Señor Drummond, le he hecho una pregunta" - exclamó el juez, que rápidamente recuperó la compostura - "¿Cómo se declara?"
"..Culpable" - apenas un áspero susurro, que sin embargo todos pudieron apreciar.

La barca era perfecta. Se encontraba en una zona donde no le resultaría difícil ocultarse de las miradas, ya que un enorme galeón tapaba completamente la visión desde el puerto. Los alimentos que había podido robar durante la huída le iban a resultar verdaderamente útiles; el bote, como era costumbre entre los pescadores, contaba con un pequeño depósito de agua, que aunque no estaba fresca, sería suficiente para llegar a Douph.

"De acuerdo" - el juez esbozó una ligera sonrisa que solo Edward pareció notar - "Teniendo en cuenta la enorme gravedad de los delitos cometidos, este tribunal le condena a pasar el resto de su vida en la prisión de Scabb. Estará allí para siempre".

El agua se abría al paso del bote. La oscuridad y su destreza habían sido suficientes para esquivar los últimos intentos de la guardia por atraparle. Dejó que la lluvia lo espabilase. La noche iba a ser larga.

"Para siempre.... para siempre es demasiado tiempo, juez".

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