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lunes, 27 de noviembre de 2006

Capítulo 2: Escalofrío

Un intenso y seco dolor inundó la cabeza de Edward y se extendió rápidamente por todo su cuerpo, privándole momentáneamente de todos sus sentidos. La fuerza desapareció de sus piernas y cayó al suelo dejando un reguero de sangre y saliva en el aire, que instantes después se posaría sobre su cara.

Aturdido, intentó ponerse de nuevo en pie, pero solo lo consiguió a medias, quedándose sujeto sobre sus rodillas y codos. De nuevo, otro dolor le invadió el cuerpo, esta vez con origen en su cavidad abdominal. La inercia del golpe le hizo darse la vuelta y quedar tendido boca arriba. A duras penas consiguió entreabrir los ojos y ver a su agresor a través de una densa capa de sangre.

"¡Levántate, gandul!" – bramó una voz ronca, aunque Edward solo acertó a oír "...ate, ...dul" con sus todavía doloridos oídos.
"Sí, señor" – intentó pronunciar mientras la sangre que recorría su cara entraba en su boca, dejándole un cobrizo regusto en la lengua.
"¿Acaso no recuerdas las indicaciones que te di ayer?" – inquirió la ronca voz
"Ehh, sí, claro, las indicaciones" – Edward intentaba ganar algo de tiempo mientras se alzaba tambaleante e intentaba concentrarse en la pregunta formulada por su agresor. Tarea difícil, pues sentía que la cabeza le iba a estallar de un momento a otro.
"¡Despierta ya, maldito hijo de puta!" – con un diestro revés propinado en la boca, la voz ronca consiguió dar al traste con el intento de Edward de levantarse.
"Verifica de nuevo el rumbo y ven a verme cuando lo hayas hecho" – ordenó la voz.

Edward quedó postrado unos minutos, intentando poco a poco recobrar sus facultades. Cuando se halló con suficientes fuerzas, subió a cubierta y se dispuso a escudriñar el cielo con el astrolabio para intentar averiguar cual había sido su error. Tras un minucioso vistazo y unos rápidos cálculos, Edward se dirigió al castillo de popa.

"Maestro Hawk, nos hemos desviado dos grados ... " – empezó a decir Edward tímidamente.
"Ya me he dado cuenta, imbécil" – interrumpió Hawk – "Lo que quiero que me expliques es porqué nos hemos desviado del rumbo".
"No lo sé, señor. Anoche realicé las mediciones dos veces ya que el cielo estaba cubierto de nubes, tal y como me habéis enseñado" – intentó justificar Edward.
"¿Me estás diciendo qué te he enseñado mal, grumete insolente?" – preguntó Hawk.
"No señor, solo digo que no sé lo que ha podido pasar para ..." – empezó a explicar Edward.
"Yo te lo diré, Ed" – volvió a interrumpir Hawk – "lo que sucede es que te has equivocado. Y en vez de cargar tú con la culpa, pretendes que lo haga otro. Por tu pequeña cabeza solo pasan historias de grandes bucaneros, exitosos filibusteros y lujosos tesoros. Pero todavía tienes que aprender muchas cosas. Y una de ella es reconocer tus propios errores".

Edward recordaba esas palabras de su antiguo maestro, que le había comprado en una feria de esclavos a la tierna edad de 5 años, mientras se acariciaba la cicatriz que atravesaba su frente, recuerdo de aquel día de su octavo cumpleaños. Y el regalo que recibió de su maestro, aparte de la cicatriz, fue una visita al burdel que Hawk solía frecuentar, el único lo suficientemente falto de fondos como para permitir la entrada de ese feo, desagradable y cruel corsario conocido como Hawk.

En aquel momento, Hawk no sabía que Edward no solo iba a reconocer sus errores, sino que se vería obligado a cargar con los errores de otros. Y las consecuencias que pagaría por ello serían terribles. Edward tampoco sabía en aquel momento que las enseñanzas de su maestro, tanto en materia de navegación como en muchas otras, le salvarían la vida en varias ocasiones.

Al fin, la suave caricia del primer rayo de sol mañanero se posó sobre su piel provocándole un agradable escalofrío, intensificado tras haberse pasado toda la noche remando y soñando bajo la lluvia. Solo la sensación de un dedo femenino recorriendo su espalda era capaz de producirle más placer.

La pequeña cordillera central de la isla Douph emergió del anaranjado horizonte envuelta en una ligera neblina. En unas pocas horas, Edward alcanzaría la costa, atravesaría la selva (no iba a ser tan idiota como para tomar tierra cerca del pueblo) y se dirigiría al pequeño puerto de pescadores de isla Douph. Lo haría mientras una única palabra retumbase dentro de su cabeza, como había retumbado durante los últimos años:

Susan.

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