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domingo, 14 de octubre de 2007

Capítulo 9 - De Cisab na' menos

El tercer sol de Araz ya entraba por la ventana de Laicram cuando entró por la puerta la portadora de los huevos de donde él salió.

Me cagón to's los muertos que cagaron al golfo de tu padre, el gran y único fertil Ebutouy, quieres salir del cascarón de una vez y poner un poco de orden en el caos de madriguera esta que llamas zulo. Si es que me vais a matar a disgusto tu y tus 13465 hermanos. Un día de estos cojo la puerta y me la como, y mira que hablo en serio - escornició Recal mientras sus tonalidad violetaceas tornaban hacia un rojo intenso y supuraban borbotones de líquido viscoso. Era evidente que esta mañana estaba de buen humor su portadora.

Laicram puso un tentáculo en el suelo - coño que frío - dijo mientras se le arrugaba el etejo y volvía a arroparse. Esta época era bastante fría en Cisab, su planeta natal. Él siempre quiso nacer en otro lado, por lo menos en algún sitio con más de 7 soles, pero nada, no hubo manera. Y es que las posibilidades que tiene un huevo de nacer donde quiera son altamente complicadas. Estaría bien que nacieramos un poquito, y sin quitarnos el cascarón de la cabeza, pudiéramos dar un paseo por el planeta. ¿Que no nos gusta? Ale, que no manden a otro. ¡Que suerte tenía el Dios Calimero de poder hacer estas cosas! Lástima que un día engordara tanto que el cascarón no le valiese y le hicieran vuelta y vuelta en la gran barbacoa cósmica - Pensó Laicram mientras encendía el rodaidar y la habitación iba saliendo del 0 absoluto. Mientras divagaba sobre lo moruno y los pinchudo, miró la colección de espacios tiempo que abarrotaban la mesa.

Algún día tendré que hacer limpieza, que esto de ser el encargado de tantos planetas me estresa a más no poder - mentó Laicram en lo que tiraba todos al suelo y sacaba una revista de tentáculos y cefalópos - puff, como está esta Sepioteuthis sepioidea, se le ve hasta el pincho ventral - voy a tener que darle gusto al sifón, que como vacíe la bolsa aquí de nuevo se me van a creer que están teniendo una de esas plagas de los dioses que tanto les gustan.

En lo que Laicram se estimulaba el recto con el fin de secarse la bolsa, el ageuron que tenía como mascota se puso cómodo sobre los espacio tiempos ahora caídos por el suelo.

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Bruaghhhhh - resonó por toda la caverna. Joooooder, Edward, eres más guarro que una manda de rinoraptors con diarrea.
Quiá, una plumilla que se me ha escapado. ¿Qué habré comido que eructo con esta solidez y sonoridad? Es lo que tenemos los antecesores del Hommo Colmenarensus, que semos mu' machos. Na que ver con vosotros, los Hommo Erectus, que todo el día con el nabo tieso pero a la hora de la verdad quien saca los mamuts del fuego tengo que ser yo - aseveró Edward mientras se pegaba un rascado de nalga que hizo temblar de estupor a Pelayo.

Pelayo estaba sentado, al lado del fuego, viendo como Edward se sacaba las mucosidades de latoguillo sobre las paredes y hacía dibujitos - Tooooma Mamut que he hecho, esto en el futuro seguro que intriga a los investigadores, ahora voy a hacer un tio con cabeza gorda y le voy a poner una cuerda saliendo de la cabeza - se escuchaba de fondo en lo que Pelayo miraba y remiraba esa enigmática pieza cuadrangular de extrema pulimentez y colores brilantes. Como las estrellas, pensaba.

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Etreuf, ageuron malo, cuantas veces te he dicho que no te eches encima de los espacio tiempo. A saber qué aberraciones habrás hecho con el continuo - gritó a su ageuron Laicram mientras salía del wc con el sifón aún rezumante. El pobre animal, muy asustado, dio un salto desparramando aún más los espacios tiempos por toda la habitación y salto por el ventanuco, antes de desplegar un par de magníficas alas y estamparse contra el cristal. Este bicho cada vez esta más tonto - murmuraba Leicram mientras trataba de arreglar el desaguisado.

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Sabio Edward, ¿por que dentro de la doctrina que tratas de enseñarnos, se incluye obligatoriamente la sodomía diaria? - preguntó Pelayo con una lagrimilla rodando por su mejilla.
Pupilo Pelayo, como bien sabes, el acto sodomita no es si no una expresión corporea de lo que viene siendo un acto de amor extrasensorial. Los planetas y galaxias se alinean, no por un azar ni una serie de atracción y repulsiones, ni mucho menos por una fuerza que en el futuro se llamará Big Bang. Nada, nada, todo tiene un motivo mucho más terrenal y carnal. Yo simplemente, haciendo esta cosa que tanto me repugna, no hago si no alinear lo que viene siendo mi vergarajo con tu ojal, haciendo lo que dictan las costelaciones. No soy más que un mero intermediario. Peor sería que bajase de los cielos el dios del eterno falo a hacerlo. Debes dar gracias - pronunció con gran serenidad Edward mientras culeteaba como el conejito de Duracel.
Gracias - dijo Pelayo mientras se cagaba en todos sus muertos para sus adentros. En su mano derecha, aferraba con fuerza un extraño aparato negro y liso, con multitud de lucecitas de colorines.

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Ya está, esto ha quedado perfecto, se mentía a sí mismo Laicram mientras veía como habían quedado los espacio tiempo. Si es que están llenos de escamas de ageuron, si es que de estas me arrancan otro tentáculo y se me ve el sifón fijo. ¿Qué hago? ¿qué hago?. Ya está, ya está, ¿donde está el creador de espacios tiempo? En la pantalla de su visualizador de espacios tiempo apareció este intrigante mensaje:

El periodo de de prueba ha terminado, por favor, registre el producto para seguir usándolo.

Mierda, mierda, y el crack no lo tengo. Voy a meterme en cinotfos a bajarme otro creador, digo yo que nadie se dará cuenta ¿no?

Tras varios periodos de rotación de las orejas de Abdulón el casto, y dos o tres vaciadas de sifón fruto de la navegación por tenretni, Leicram ya tenía copiado a la perfección el nuevo espacio tiempo. Esto lo meto yo como si fuera el otro y nadie se da ni cuenta.

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Chachi chupi, guachi, me siento superguay y supervitaminado, vamos chicos, todos juntos - cantaba Edward Sabater mientras una serie de dibujos animados deformes trataban de moverse carentes de extremidades. Vamos, vamos, no querreis que os de una nueva descarguita super chachi guachi peurli, ¿no? Los dibujos se movían como pez fuera del agua, pero esto debió complacer a Edward, que dejó su descargador mega guachi en el suelo y se puso a brincar como un loco.

Mirad chicos, quien sale por la megatelevisión catodipiruli, el gran Pelayo Hermano. Aborreguémonos todos frente a él, rápido, rápido - gritaba Edward mientras freía a descargas a los pobres seres.

Hermanos, recordar lo que os digo, si vais a cargar al campo, limpiaos con una piedra sin cantos. No se os ocurra cogerla con picos, que te puedes dejar el ojete como la pierna de Manolete. He dicho.

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¿Qué está pasando aquí? - bramó Ilef, la supervisora de Laicram. Nada, nada - mintió este, mientras trataba de ocultar el maltrecho espacio tiempo y enseñando el nuevo. Veamos, espero que hayas arreglado el desaguisado que tenías con el espacio tiempo del planetucho ese. Si no fuese el preferido del sumo creador, le iba a pegar una patada en el ecuador que le iba a separar los polos en dos - dijo Ilef mientras alargaba el brazo para coger el espacio tiempo. Es que, verá usted, estaba ahora mismo con ello, pero resulta que ... - trató de explicarse Leicram antes de recibir un tentaculazo a la altura del sifón que le hizo explotar la bolsa de la tinta y todo el mutó a un grisaceo color.

Mira, chaval, no estoy para broma, el gran hacedor quiere ver como va su creación y no puedo irle con milongas ... ¿pero que broma es esta? Si pone "versión promocional de Squizofrenic´s Space Time Creators" ¿donde está el espacio tiempo original? Esto no es más que una puta copia - bramó con tanta fuerza Ilef que parecía que se le iba a romper la cuarta víscera estígea. Leicram, acobardado, tiro la pelotilla arrugada que era el antiguo especio tiempo y saltó por el ventanuco, rompiendo el cristal y cayendo la vacío. Antes de esmorrarse contra el suelo, desplegó su paracaidas ventral y cayó gracilmente sobre la acera. Estaba moderadamente a salvo, en la puerta del ministerio de Galaxias y eventos temporales.

¡Qué desaguisado! ¡qué desaguisado! y Ebutouy esperando el espacio tiempo. Esto lo arreglo yo en un periquete, pero como coja a ese desgraciado de Leicram, le rebozo y lo sirvo en la cantina como delicatessen del mes. A ver, a ver, aquí tengo el estirador de espacios tiempo. Un poquito más, un poquito más, así, así, ya está, ha quedado como nuevo. Uy, ¿y que hacen estos dos juntos? Pero si no los ha separado como le ordené. A este tipo le escalfo. Voy a arreglarlo ... aivá, si ya son las 11, vuelo al cafelito de media mañana, que si no vienen los del sindicato a decirme que no puedo hacer horas extras. Que duro es esto del funcionariado. - decía Ilef mientras guardaba el estiradito espacio tiempo en la carpeta y salía rumbo conocido.


Tabernera, otra caja de botellines, que no serán Grog, pero tienen su puntito - gritó Edward mientras abría un botellín con los dientes. En el suelo yacía, semi inerte, Pelayo, con más alcohol en sangre que pelos en pecho de colmenarete.

lunes, 2 de julio de 2007

Capítulo 8,5: Interludio

Una punzada de dolor atravesó las sienes de Edward. Era un dolor intenso, penetrante, insoportable, más agudo que el que sintió aquella vez que se pilló la minga con la tapa del baúl del tesoro, gajes de ser un pirata.

Intentó abrir los ojos, pero su esfuerzo fue inútil. No porque no lograra despegar los párpados, sino porque era tal la pureza de la luz que le rodeaba, que los párpados no evitaban su entrada a la retina. Se encontraba en un espacio totalmente diáfano, donde todo era blanco, el suelo, el techo, las paredes … pero ¿había paredes?, es más ¿había suelo y techo?. Era imposible distinguirlos.

Echó a andar, sin saber a ciencia cierta qué dirección estaba siguiendo. Sin tener ninguna referencia era imposible saber si estaba andando hacia delante, hacia arriba o siquiera si se estaba desplazando. Sus pies no encontraban resistencia alguna al movimiento.

Caminó, si es que podía decirse así, durante lo que le parecieron horas, ya que tampoco disponía de ninguna referencia temporal. No sabía lo que buscaba, solo pretendía encontrar algo que le indicara dónde estaba, porqué estaba allí y cómo podía salir de ese anodino lugar.

Cuando se creía ya condenado a vagar durante la eternidad por ese lugar, le pareció distinguir a lo lejos un diminuto punto negro. No estaba enfrente de él, sino encima, como lo está la luna en una noche estrellada. Giró sobre sí mismo y empezó a caminar hacia ese lejano punto.

Al poco rato, consiguió distinguir la silueta de un hombre, parecía no estar solo en ese lugar. "¿Podrá explicarme ese hombre dónde estoy?" – se preguntó Edward mientras echó a correr, si es que podía decirse así, hacia el desconocido.

"¡Hola!" - dijo Edward al llegar junto al desconocido. - "Me llamo Edward Drummond y soy un afamado pirata".
"¡Ufff!" - bramó el desconocido - "¡No te presentes así, a escondidas! Casi me matas del susto"
"Perdón" - se disculpó Edward.
"Bien, Drujón …"
"Drummond, Edward DRUMMOND"
"Ya veo, ¿así que eres un afamado pirata, eh? Más bien pareces un inspector de hacienda."
"¿Un qué?" - inquirió Edward, quien lógicamente en su vida de pirata no había pagado nunca impuestos.
"Da igual, ¿qué te trae por aquí?" - preguntó el desconocido.
"Esperaba que tú me ayudases a averiguarlo"
"¿Yo? Yo no soy nadie, yo no sé nada, … " - comentó melancólicamente el desconocido mientras su mirada se perdía en la inmensidad blanca.
"¿No sabes al menos cómo te llamas y dónde estamos?"
"Veo que llevas poco tiempo aquí"
"Exacto, ¿cómo lo sabes?"
"Porque cuando llevas tanto tiempo como yo, ya no te importa quien eres, ni dónde estás, de hecho, ya no te importa nada"
"¿A qué te refieres?" - Edward cada vez estaba más confundido.
"Me refiero a que aquí nada tiene sentido, ni el tiempo, ni el espacio y mucho menos quien seas. Aquí nada existe, textualmente"
"Entonces … ¿dónde estamos?"
"Esa es la cuestión: no estamos. No estamos en ningún lugar, ni estamos en ningún cuando. No estamos, simplemente"
"Coño, pues yo siento que estoy"
"Claro. Ahora sí, ¿pero hace cuanto que no sentías que estabas?"
"Ahora que lo dices … es como si hubiera estado ausente, fuera de mí, no sé … unos cuatro meses"
"A eso me refiero. En este preciso instante eres, mientras pronuncio estas palabras, yo soy, después ya no soy"
"Creo que me está empezando a doler la cabeza" - dijo Edward mientras se echaba la mano a la sien derecha.
"Como veo que eres un poco lento, intentaré explicarlo para que lo entiendas"
"Cuidado, que he cortado cojones a tipos por menos de eso"
"Tranquilo, filibustero, aquí esas amenazas no te servirán de nada"
"Pues desembucha ya, ¿quién eres y dónde carajo estamos?"
"Me llamo Ramiro Povedilla Céspedes y estamos en el limbo de las historias inacabadas"
"¿Ramiro Povedilla? Me suena ese nombre"
"Es posible, al fin y al cabo, todo está interconectado"
"¿Y eso del limbo qué es?"
"Veamos, es duro decir esto, pero … ¿has tenido alguna vez la sensación de que tu vida no es real, que no eres más que el protagonista de una historia contada por otros?"
"Si te digo la verdad, eso es algo que me dicen mucho últimamente"
"Mejor, así te será más fácil encajar esto. Estás en un lugar de tránsito, de paso, del que algunos logran salir, pero que para muchos es un cementerio"
"¿De paso hacia dónde?" - preguntó Edward.
"Hacia el final de una historia. TU historia"
"No te acabo de entender"
"Mira, yo no he estado siempre aquí, aunque a veces me lo parezca. Yo antes era un oficinista, al que cierto día le mordió una carpeta …"
"¿Una carpeta?"
"Sí, pero eso no es relevante. Lo importante es que yo tenía una historia, un tanto surrealista, sí, pero al fin y al cabo, era MI historia … y ahora no tengo nada"
"Al menos conservas los calzoncillos"
"La cuestión es que un día te despiertas aquí, sin saber muy bien porqué, hasta que encuentras a alguien y te lo explica"
"Entonces, ¿hay más en este lugar?"
"¿Más? Hay millones y millones. Lamentablemente, hay muchas historias que nunca se acaban de contar, algunas porque no llegan a un mínimo de calidad, otras porque sus personajes no tienen suficiente gancho, en otros casos, los menos, es simplemente por no haber conocido a la persona adecuada para su publicación"
"¿Pero de qué historias me estás hablando?"
"Libros, series de televisión, cuadros, etc. Es duro, pero tú y yo no somos más que unos títeres en manos de un escritor sin escrúpulos que no tiene el suficiente compromiso, o simplemente el talento, para continuar nuestras historias"
"Coñó" - fue todo lo que pudo articular Edward ante tal revelación.
"Lamentablemente es muy común. Hay muchos más proyectos a medio acabar que los que realmente llegan a buen fin. La inconstancia está muy presente en la raza humana"
"¿Y qué podemos hacer para salir de aquí?"
"¿Nosotros? Nada, eso no está en nuestras manos. Solo si alguien retoma tu historia, puedes seguir viviendo, como estás haciendo en este momento"
"Entonces, hay esperanza, ¿verdad?"
"Poca. Quizás esto no sea más que un intento infructuoso de desempolvar una vieja historia, quien sabe" - sentenció Ramiro. Acto seguido, tomó la mano de Edward y dijo - "Ven, te quiero presentar a unos amigos"
"¡Eh! Mariconadas las justas, ¿dónde vamos a ir si aquí no hay nadie?"
"Veo que sigues pensando en tu viejo mundo. Hablando en negativo, aquí no existe el tiempo ni el espacio, por lo que por el mismo motivo y hablando en positivo, estás en todos los sitios y en todos los tiempos a la vez"
"¿Qué quieres dec…?" - intentó preguntar Edward, cuando de repente se vio sumergido en un maremagnum de gente. Realmente no fue "de repente" sino que parecía que siempre había estado allí.
"Mira, ¿ves esta mujer? Iba a ser Micaela Knight, la protagonista de una serie de televisión llamada 'El coche maravilloso', pero era incapaz de aparcar un coche diseñado para aparcarse solo, así que aquí está, sin ninguna posibilidad de volver a su mundo"
"Ahá" - asintió Edward, quien no sabía ni lo que era una televisión ni lo que era un coche, pero dedujo que debía ser algo parecido a un carruaje.
"Aquel niño de allí es Harry Potter. Tiene mucha suerte, porque dentro de pocos días va a volver a su mundo. Eso sí, no le espera nada bueno …"
"¿Qué quieres decir?"
"Nada, nada, olvídalo, que mucha gente se volvería loca por esa información. ¡Uy, mira! Has tenido suerte, aquí hay una persona con la que seguro te llevarás muy bien"
"¡Hola, me llamo Guybrush Threepwood y quiero ser un pirata!" - Edward se quedó sorprendido, a simple vista había mucho de él en aquel chavalín imberbe … ¿o quizás era al revés?. En ese momento, una fuerte sirena atronó en los oídos de todos los presentes.
"Que pena que no tengamos tiempo para intimar" - dijo Ramiro - "¡Corramos!"
"¿Qué sucede?" - preguntó Edward.
"Nada, no te preocupes, es solo que viene la goma de borrar. Muchas de estas personas son solo bocetos que serán borrados sin contemplaciones y reemplazados por versiones mejores de ellos mismos"
"Cada vez entiendo menos este mundo. Me estoy volviendo loco. Además, estoy empezando a sentir que desaparece mi presencia de ánimo, me siento desvanecer, ¿significa eso que soy borrado o que vuelvo a mi mundo?" - el miedo a lo desconocido inundaba su voz.
"Quien sabe, amigo, quien sabe"

jueves, 8 de marzo de 2007

Capítulo 8: Gracias

A pesar de que, como había señalado la pequeña rata, se habían desviado dos grados sobre el rumbo previsto, eso no supuso mucho retraso en la hora de anclaje prevista. La gran experiencia en materia de navegación del capitán del Mono Parlante III, unido al hecho de que ésta era la fragata más rápida que surcaba los templados mares caribeños, hacían este tipo de errores una mera anécdota. Sin embargo, el correctivo empleado con el maldito crío no había sido excesivo, al fin y al cabo le pertenecía. Además, lo que no mataba, te hacía más fuerte. Y el puto crío debería ser muy fuerte para hacer frente a la misión que algún día se le encomendaría.

Dio órdenes a la tripulación de fondear y preparar el bote para ir a tierra firme. Aunque no le gustaba la idea de ir solo y desarmado, las órdenes eran muy claras, así que dejó en la caja fuerte de su camarote las dos pistolas que llevaba encima, junto con su correspondiente munición, el cuchillo escondido en la manga, el que llevaba pegado a la suela de la bota, la daga que llevaba atada al otro tobillo y la pequeña pistola de una sola bala que llevaba oculta bajo el sombrero. Estuvo tentado de esconderse algún arma, ya que hacía muchos años que ni siquiera dormía desarmado, pero se le vino a la mente la voz que le conminó a desarmarse y juzgó prudente no tentar a la suerte.

Con un pie ya dentro del bote que le llevaría a tierra, sintió un pequeño tirón en su chaqueta. Se detuvo y desvió su mirada hacia abajo: era el mocoso.

"¿Qué coño quieres, chaval?"
"Maestro Hawk, ¿puedo ir con usted a tierra, por favor?" – el pequeño Ed estaba usando su mejor puchero para intentar que algo de compasión asomara en el rostro de su maestro.
"Ni lo sueñes, majadero" – parecía que no estaba surtiendo efecto.
"Pero, señor, hoy es mi octavo cumpleaños, y usted me prometió …"
"Ah, la maldita promesa. Mira, chaval, te voy a dar una lección gratuita que te ahorrará muchos disgustos: nunca te fíes de una promesa que te haga un pirata borracho" – en otros tiempos, habría acabado la discusión de un buen guantazo, pero hoy no, no quería violencia a no ser que fuera estrictamente necesaria.
"De un pirata no, señor, ¿pero tampoco me puedo fiar de la palabra del mejor pirata del Caribe, que además es mi maestro?" – ya que Ed tenía el no, lo intentaría haciendo un poco la pelota.
"Guárdate tus halagos para las mujeres, te he dicho que n…" – una idea acudió de repente a la cabeza de Hawk – "bueno, hagamos una cosa: vienes conmigo a la isla, pero tengo que resolver unos asuntos así que te dejaré a cargo de una amiga, ¿entendido?"
"¡¡ Sííííííí, muchas gracias, señor !!" – bramó con alegría el pequeño Ed. Era su primer regalo de cumpleaños, y lo recordaría para siempre.
"Venga, granuja, sube a la barca" – dijo Hawk mientras revolvía el pelo al pequeño Ed. ¿Le tenía cariño? Bueno, tras tres largos años el chaval había logrado hacerse respetar, era muy inteligente, obediente y siempre estaba dispuesto a aprender y eso era algo que le gustaba mucho a Hawk.


"¿Qué te trae por aquí, guapo?" – inquirió una camarera bizca y culona.
"¿Está Dessy?" – preguntó Hawk mientras sobaba el inmenso culo de la camarera y babeaba sobre sus pechos.
"Ya sabes que Dessy es la estrella de este tugurio. ¿Traes oro?" – dijo la camarera mientras se limpiaba las babas con el mismo trapo con el que limpiaba las jarras de grog.
"Traigo algo mejor, mira" – dicho esto, se apartó un poco a la derecha y una cabeza asustada surgió de detrás de la casaca de Hawk.
"Sabes perfectamente que solo admitimos pagos en oro, nada de esclavos, loros ni cabezas cortadas" – respondió dándose media vuelta.
"No, no eso, claro que traigo oro, pero ya sabes de la afición de Dessy a darse 'pequeños' caprichos, ¿verdad?" – dijo mientras agarraba de un brazo a la camarera para impedir que se fuera.
"Dessy con ese mequetrefe no tiene ni para empezar"
"No te creas, así a simple vista engaña, pero el pequeño está bien dotado"

Cierto era que aunque los piratas no eran conocidos por su cuidada higiene, tanto tiempo de convivencia hacía que una tripulación conociera bien los cuerpos de todos y cada uno de sus integrantes. Si bien el niño estaba exento de ciertos juegos sexuales -más que por su edad, hecho que a ciertos miembros (literalmente) de la tripulación más que echarles para atrás, les atraía, por el hecho de que era el protegido del capitán – no eran pocas las veces en que la tripulación al completo recibía los rayos del astro rey al desnudo. Y no eran pocos los que se veían superados al observar el cuerpo de Ed, agraciado sin duda por un don que haría alegres a muchas mujeres.

"Ed, ahora te vas a quedar aquí hasy que yo vuelva a por ti. Tengo ciertos … asuntos que resolver. Toma, gástate esto en lo que quieras, pero no bebas mucho grog que tu cuerpo todavía no está terminado y te puede dar algo" – Hawk dejó caer 4 monedas de oro en la mano del pequeño Ed, todo un botín, sin duda.
"¿Puedo ir a la feria del pueblo?" – inquirió Ed con cara de decepción, sin duda prefería el algodón dulce al conejo.
"No, mira, chaval, te has pasado tres años metido en un barco repleto de sucios piratas, ya es hora de que conozcas lo que es una mujer. Y créeme, cuando lo sepas, no pensarás en otra cosa"

Y Hawk tenía razón.


Tras media hora de larga caminata, Hawk llegó a su destino. Una vieja casa de madera en mitad de la selva. Antaño había sido la guarida de ciertos grupos de bandoleros que robaban, mataban y violaban, sí, en ese orden, a todo incauto que pasara cerca.

"¿Hola?" – dijo Hawk, no sin cierto temor, mientras abría lentamente la puerta de la choza.
"¿Hola? ¿Hay alguien?" – repitió.
Sólo el silencio por respuesta.
"¿Hola?" – estaba a punto de darse media vuelta y volver por donde había venido.
"Que sí, coño, hola, cof, cof, cof" – dijo una voz grave desde algún lugar entre las sombras.
"Hola, ¿Narf?" – inquirió Hawk.
"No, soy la madre Teresa de Calcuta, no te jode, cof, cof, coño, que me he atrangantado con un pistacho y por eso no he contestado antes, grrrrr." – el desconocido llamado Narf se aclaró la garganta, ahora no parecía tan peligroso, más bien le parecía … ¿patético?
"¿Quién es esa Teresa …" – empezó a preguntar Hawk.
"Olvídalo, ¿no te había dicho que vinieras solo?"
"Estoy solo"
"¿Y el niño que has dejado en la taberna Peco's?"
"¿Cómo …?" – Hawk se preguntaba cómo lo sabría, había sido muy cuidadoso para no levantar sospechas, además había venido casi corriendo todo el camino, era imposible que esa persona lo hubiera visto en el puerto …
"El cómo no es la pregunta, la pregunta es ¿por qué me has desobedecido?" – preguntó Narf desde las sombras.
"Bueno, era, era el cumpleaños del chaval y pensé que … " – empezó a explicar Hawk.
"Ohhhh, que sorpresa, ¿el temible Hawk preocupándose de su pequeño esclavo? Y es más, ¿el temible Hawk pensando? ¿Pero qué mundo es este?" – inquirió con sarcasmo Narf – "Bueno, da igual, olvidemos ese pequeño detalle ahora. Veamos, ¿has traido lo que te pedí?".
"Por supuesto, Narf, ¿por qué clase de pirata me tomas?"
"Por el que eres, un pirata imbécil pero con suerte, que abordó el barco equivocado en el momento equivocado, lo que le ha convertido, sin querer y por desgracia mía, en una pieza clave"
"Tu dirás lo que quieras, pero no me negarás que hay que tenerlos bien puestos para asaltar al buque insignia de la Armada Española y salir victoriosos".
"Sí, eso, o estar muy borrachos"
"Hombre, la verdad es que algo habíamos bebido, sobre todo el vigía, que desde que perdió el ojo bueno en una partida de póker, no levanta cabeza el hombre".
"¿Qué cojones me estás contando? Como si me importara un huevo tu vida o la de tu repelente tripulación" – en este momento Narf, ni se podía imaginar que quizás sí se tendría que preocupar de un tripulante, del más joven, para ser preciso.
"Perdona, es que cuando me pongo nervioso no digo más que tonterías"
"No te hace falta estar nervioso para eso, bueno, a lo que vamos, enséñamelo"
"¿Aquí y ahora?, es que no me he lavado este mes, pero bueno" – contestó mientras se empezaba a bajar los pantalones.
"¿Qué haces, majadero? Enséñame la batería"
"¿La qué? Ah, te refieres al tesoro que encontré en el buque español, claro." – dicho esto, se metió la mano en el bolsillo y extrajo una pequeña pieza metálica, de no más de un centímetro de ancho, un par de largo y pocos milímetros de espesor. Una pieza muy liviana que en uno de sus extremos tenía dos incisiones en algo que parecía ser oro.
"Vaya, vaya, así que es verdad que lo tenías tú"- Narf avanzó un paso dejando que la luz invadiera su escuálida figura. El sombrero que llevaba le tapaba medio rostro. El otro medio lo ocultaban las solapas del largo abrigo negro que llevaba.
"Ya te dije que sí, ¿acaso creías que era un mentiroso?"
"La verdad es que sí, pero ahora ya no dudo de tu palabra"
"Entonces, entrégame las veinte bolsas de oro que me prometiste a cambio"
"No tan rápido, bufón de cloaca, ya te dije antes que gracias a tu inusual suerte, te habías convertido en una pieza clave"
"¿A qué te refieres?"
"A que eso que tienes en la mano no sirve de nada"
"¿Cómo …? Entonces, ¿por qué te has molestado en buscarme y hacerme venir hasta aquí?"
"Cállate y no me interrumpas, majadero" – dicho esto Narf propinó un rodillazo a Hawk en la entrepierna que le dejó postrado en el suelo.
"Cabrón, te vas a enterar" – se quejó Hawk, al que el golpe había pillado totalmente de improviso.
"Así aprenderás a no interrumpirme mientras hablo. Verás, eso que tienes no sirve para nada si está sólo. Digamos que necesita otra pieza para funcionar. Es más bien al contrario, es la otra la que necesita a ésta para funcionar, pero eso da igual ahora, ¿me explico?"
"Sí" – Hawk no tenía ni puta idea de lo que estaba hablando el tipo ese, y nunca se había arrepentido tanto de abordar aquel buque español, aunque gracias a aquello habían tenido chochitos para 3 meses.
"Dudo que lo entiendas, pero en fin, necesito la otra pieza, ¿entiendes? Y quiero que seas tú el que me la consiga"
"¿Por qué yo?"
"Digamos que yo no me siento cómodo en esta … época, llena de piratas sucios y malolientes, sin Hondas, sin Internet … no puedo vivir así, me asfixio"
"¿?"
"Déjalo, no lo entenderías. Digamos que si no lo haces te mato, que es más simple, ¿capisci?"
"Entiendo, sí, ¿y qué quieres que haga?"
"Empecemos por el principio, ¿conoces a un tal Antonio Moreno? …"



La sonrisa que se dibujaba en la cara de Edward mostraba a Hawk que el pequeño había disfrutado mucho en el día de su cumpleaños. Se alegraba por él.
"¡Hola, Maestro! ¿Qué tal sus asuntos?" – preguntó Ed.
"Bien. ¿Cómo ha ido con Dessy?"
"Muy bien, señor, es una mujer estupenda"
"Sí, lo es, es una pena que se quiera dedicar a la brujería, con lo buena puta que es. En fin, volvamos al barco"
"Señor …"
Hawk bajó la vista y al oír brotar la palabra "Gracias" de labios de Ed, una lágrima intentó asomar por sus ojos. Al fin y al cabo, le había cogido cariño al niño. Era una pena que más adelante le tuviera que matar para cumplir la misión que le había encomendado Narf.

lunes, 12 de febrero de 2007

Capítulo 7: Magia negra


Había pasado casi una semana desde que el extraño aparato llegase a las manos de Edward. Sin mucho interés al principio, había tratado de encontrarle alguna utilidad, algún sentido; todo lo que había conseguido era aumentar su frustración a cada momento, y terminar por obsesionarse con el objeto. Ocasionalmente había logrado que emitiese extraños sonidos, o que una extraña luz parpadease para terminar por apagarse. Con una escasa o nula preparación técnica, limitada a sus conocimientos navales, no alcanzaba a desentrañar los secretos que aquella curiosa pieza metálica escondía. Sin embargo estaba seguro de que no era algo corriente, ni se parecía a nada que jamás hubiese visto en alguno de los no pocos lugares que había tenido tiempo de visitar.

“Bueno, bueno, Ed... me parece que vas a tener que visitar a tu vieja amiga Desideria” – Se dijo Edward para sus adentros, no sin cierto desasosiego.

Desideria vivía en una pequeña choza, sobre un oscuro y maloliente pantano, lúgubremente adornado por ocasionales antorchas que dibujaban el camino hacia la misma. Realmente vivía en un bajo de los apartamentos Piscis, en una urbanización de reciente construcción con campo de petanca y parque para lapidaciones, cerca del sur de la isla, pero se veía obligada a buscar un sitio más acorde con su profesión; Desideria era una bruja, una hechicera. Vamos, de esas que por 5 doblones la chupa, por 10 te hace un hombre y por 20 ni pregunta. Que el negocio del muñequito budú hacía años que no daba ni para cambiarse de bragas; o eso alegaba ella cuando algún cliente protestaba al quitárselas como quien le quita el papel a una magdalena.

Era casi medianoche cuando Edward llegó a la puerta de la choza, calado de barro hasta los calzones. Habitualmente una pequeña embarcación permitía al visitante acercarse al emplazamiento de la bruja, pero desde que birlaran el bote para usarlo a modo de patera para huir de la isla, no había otra forma de llegar que nadando en mierda.

Hacía tiempo que no visitaba la choza, y le llamó la atención el nuevo cartel que la bruja se había hecho instalar a la entrada, y que rezaba: “Madame Deseo. Pasa y hazlo realidad”. En letra pequeña, para los menos despiertos, añadía: “Magia negra, limpieza de bajos y puterío sin compromiso”.

“Buenas noches, Madame Deseo...” – saludó Edward, con cierta sorna.

La bruja, que en ese momento se encontraba mezclando diversos líquidos en un recipiente de cristal etiquetado como “Revitalizante sexual Norberto, se la pone dura a un muerto”, dio un respingo y dirigió su ojo sano al joven.

“Ediiiie! ¿Cuánto hace que no venías a visitarme? ¿Te parece bonito dejar así de abandonada a una pobre y bella bruja? Y ya sabes que para ti soy Dessy” – dijo la bruja con su más almibarado tono.

Aunque había pasado menos tiempo del que Edward desearía desde la última vez que la viera, la bruja presentaba un aspecto francamente deteriorado. Realmente hacía siglos que esa mujer no era guapa, pero en sus primeras visitas, ya fuera por efecto de extraños brebajes o por juveniles e inevitables necesidades, la había encontrado remotamente aceptable. Ahora no había por donde meterle mano.

Desideria era una mujer de edad desconocida, y aunque se decía que estaba en aquella isla antes siquiera de que se despegase del resto del continente, sus cuestionables conocimientos de las artes oscuras, así como innumerables pactos con el maligno, la mantenían en unos aproximados 50 años. En su cara, surcada por arrugas a modo de patata cocida, llamaban la atención dos cosas: su casi absoluta carencia dental, y un parche tapando el lugar donde antaño descansara su ojo izquierdo. La melena presentaba un aspecto mucho más esperanzador, brillante y generosa. Lástima que no fuera suya y se le fuese cayendo de un lado a otro.

Su cuerpo presentaba diversas curvas donde otros tenían rectas, y rectas donde debía haber curvas, pero al fin y al cabo esto era cuestión de gustos geográficos. Ella solía decir que lo importante no era tener más de esto, o esto otro mejor colocado, sino tenerlo al fin y al cabo. Y lo defendía aun en el caso de su pierna derecha, donde ahora aparecía una pata de palo, alegando que ella tener, tenía sus dos piernas. Una puesta, y la otra guardada en un baúl, a la espera de crear alguna poción pega-miembros. De momento andaba liada con otra pócima, anticorrupción corporal, que a la vista estaba, andaba a un muy deficiente.

“Y bueno, guapetón, que te trae por aquí?” – dijo Desideria, mientras se acercaba descaradamente al muchacho – “Bueno, no me lo digas, que yo soy bruja y lo puedo adivinar fácilmente!”.
“Para quieta, Dessy, que vengo por temas serios” – protestó él, apartando de un manotazo las garras de la bruja antes de que estas asieran lo que no tenían que asir.
“Ay, no seas así, Ed... ya sabes que la tita Dessy sabe tratarte bien... y para ti siempre hay un precio especial. ¿A ver ese pajarito???” – dijo ella ya agarrada a la bragueta del joven como si del Santo Grial se tratase.
“¡Desideria, joder! Te hablo en serio. Necesito tus conocimientos ..”.
“Si, si, mi príncipe de las mareas! Échame una mano para aflojarme la faja, que conocimientos no me faltan en las artes del camastro” – Desideria, suspendida casi literalmente del bello pectoral de Edward, no dejaba de forcejear con este por un lugar de honor dentro de sus pantalones.
“¡Pero bueno! ¿Te quieres estar quieta ya?. Que me la estás poniendo morcillona y tengo temas importantes que tratar contigo.” – Sentenció él, empujándola hacia su butaca.
“Bueno, bueno... hijo, vale. Como sois los hombres, en cuanto se os da un poco de amor, huís como de la peste. Pues tu te lo pierdes, porque no hace ni un mes que me di un agua y estoy fresca cual pétalo de rosa” – continuó insinuándose la bruja.

Tras un par de refriegas más, donde a Desideria se le salió (o dejó salir) un pecho, se le calló el pelucón y rajó la faja, pudieron sentarse por fin a tratar el tema para el que el joven se había desplazado hasta allí.

“Mira” – dijo Edward mientras le mostraba el objeto.
“Mmmmmm, eso no se que será, pero si me agarras las carnes la mitad de firme, me caso contigo”
“Dessy...”
“Vale, vale. Mira, no tengo ni idea de que demonios es eso, ¿me lo piensas explicar?”
“Es un MP3, es que no lo ves?” – Dijo Ed, dándoselas de entendido, por una vez en su vida.
“¿Y que es un mp3?”.
“Ehh, esto... pues eso venía a preguntarte a ti. Haz alguna cosa, échale algún líquido de esos raros que tienes, o algún polvo mágico, yo que se”.
“A ti si que te voy a echar un polvo, que mágico te va a parecer poco! Ya, ya...el mp3. A ver, déjame que lo vea más de cerca” – dijo la bruja estirando sus enjoyadas manos.



Pelayo llevaba horas recorriendo su salón de un lado a otro, sin dejar de darle vueltas al asunto del MP3.

“Bueno, ya está bien, que parezco un crío. Esto no me lleva a ninguna parte. Además, no se que cojones hago paseando por este cuarto, que no tiene ni 5 metros cuadrados. Y encima hablo solo... menos mal que soy un tipo interesante, que sino diría que estoy loco” – dijo en voz baja Pelayo, mientras se dirigía a por su chaqueta, para salir a la calle.

Eran las 11 de la mañana, y el ajetreo de la gran ciudad ya se hacía notar en todo su esplendor. Pelayo, que como buen escritor dedicaba sus mañanas a perder el tiempo, se encaminó hacia el Peco’s instintivamente, paladeando ya un buen güisqui de garrafa y olvidando que no hacía más que unas horas del siniestro suceso.

Al llegar se encontró el pastel: Una docena de policías acordonando la zona, y preguntando a posibles testigos. Uno de los testigos era la señora que se ocupaba de la limpieza del local los fines de semana, y que no tardó en identificarle. Rápidamente el agente se dirigió a él.

“Buenos días. ¿Es usted el señor Pelayo? – preguntó educadamente el representante de la ley.
“¿Yo? Yo... no, no. Yo me llamo Serafín Zubiri. Soy pianista, ¿sabe? – dijo enseguida Pelayo, arrepintiéndose en el acto.
“Ya... acompáñeme, señor Zubiri, que igual tiene suerte y le dejamos tocar algo en el calabozo”.
“Oiga, oiga! Espere. ¿Qué quiere de mi? Yo no he hecho nada!”- lloriqueó nuestro héroe.
“Esa señorita de ahí dice que usted es cliente habitual del bar, nos ha dado su nombre”- recitó el agente con voz neutra.
“Puta rumana de los coj...”.
“¿Qué dice, caballero?”.
“¡Nada, nada! Que da gusto lo rápido y bien que hablan castellano estos eficientes inmigrantes que vienen a desempeñar nuestros nunca bien ponderados puestos de trabajo”- dijo Pelayo con su mejor sonrisa.
“Bueno. Reconoce entonces haber estado en el establecimiento en el momento en que sucedió la tragedia?”.
“Que vaaaa! Oiga, que yo soy un tipo muy ocupado. ¿Se cree que puedo estar perdiendo el tiempo en bares de mala muerte? Ahora mismo preparo un best seller llamado..”.
“Ya, oiga, no me de la chapa; dice entonces que no se encontraba presente”.
“Eso digo. Yo estaba en mi casa escribiendo. Escribiendo una novela de proyección internacional que narra...”.
“Vale, valeeee. ¿Tiene testigos?”.
“Mi gato”.
“M... ¿nadie más aparte de su gato?”
“¿Que gato?. Yo no tengo gato”.
“Mecagonmiputavida. ¿Estaba usted solo en su piso?” – El agente comenzaba a enfurecerse.
“Bueno, solo no... mi gato me hace mucha compañía. Sobre todo ahora que paso tanto tiempo escribiendo..”.
“Ya, una puta novela que compraré en cuanto publiquen para metérsela por el ..”. – terminó por explotar el policía.
“Oiga! Esto es agresión de la autoridad! ¡Voy a denunciarle ahora mismo y le van a meter un puro del cagarse!” – dijo Pelayo muy seguro de haber resuelto con gran maestría la papeleta.
“Bueno, a ver, todos tranquilos. Y dígame, le suenan de algo los números: 1 11 21 1112 3112”.
“¿Cómo? Uy, uy, la loto!! Espere, que apunto...” – dijo Pelayo mientras apuntaba la numeración en una libreta.
“Oiga, que estos datos son confidenciales, deje eso. Han aparecido escritos al pie de la barra, aparentemente por uno de los fallecidos. Debió hacer un esfuerzo considerable para hacerlo, dada la naturaleza de las heridas”.
“Si, era un tío muy cabezota, pero menos mal que lo hizo, porque como me tuviese que acordar...”.
“¿Cómo dice?”.
“Arg.. eh... nada. Es que yo pienso mucho en alto, conversaciones para mis libros... ya sabe”.
“Bueno, ande, circule, circule, tarado” – le despidió el policía – “Y pásese esta tarde por la comisaría a que le tomen declaración, no lo olvide”.
“Si si... sin falta, señor agente. A sus pies y a los de su señora..”- desvariaba ya Pelayo, cuyo ojete se le había encogido del susto.

Saliendo a escape de la zona, Pelayo se metió en el primer bar que encontró: “La Taberna del Pirata”.



Una ligera luz azulada iluminó la mano de Desideria, al pulsar accidentalmente un pequeño botón. Sobre la pantalla aparecieron unas letras y empezó a sonar un ligero zumbido, procedente del aparato.

“Por todos los demonios, que me has traído? Magia, esto es magia negra!” – gritó la mujer.
“Vaya, me alegro de que te resulte conocido, estaba un poco asustado”- dijo el joven.
“¿Conocido? ¿Pero yo que voy a saber de magia negra? Yo soy puta, cariño. Pero un poco de glamour no hace daño al negocio.
“Bueno, entonces, ¿no sabes que es esto?” – le dijo Edward, algo decepcionado. Ella, al ver la cara del joven, y esperando aun poder darse una alegría al cuerpo, trató de consolar al muchacho. – “No te preocupes Ed, voy a por uno de mis viejos libros, donde seguro que encontramos algo. Tu vete poniendo cómodo, que esto llevará un rato...”.

La vieja desapareció escaleras arriba. Edward, aun extrañado, se puso a jugar con el pequeño aparato, buscando la fuente del ruido. Descubrió que el sonido salía de unos pequeños botones conectados mediante lo que parecía una cuerda al bloque metálico. Se los llevó a la oreja para poder escuchar bien que decía, a la vez que podía leer en la pantalla del aparato “1 11 21 ...”.


“Oiga, disculpe, disculpe” – Dijo el extraño hombrecillo de pié, delante de la mesa.

Edward levantó la vista de repente, sorprendido de haberse podido quedar dormido en compañía de Desideria.

“Que cojones quieres! Deja de molestarme si no quieres que te abra las tripas y te lance a los tiburones” – soltó Edward, bastante malhumorado por verse sorprendido de esta manera.- “¿Y donde demonios estoy? ¿Quién me ha traído hasta aquí?”
“Oiga, a mi no me grite, que yo acabo de llegar”.- dijo el hombre, algo asustado.- “El resto de mesas estaban ocupadas y pensé que no le molestaría que.... Aunque pensándolo mejor, creo que me marcho.” – El hombre se dio la vuelta, más por el olor y apariencia de Edward, que por sus malas maneras, tónica habitual del Peco’s.

Edward, aun mareado, dio una vuelta al local con la mirada, quedando estupefacto. No reconocía nada de lo que allí había. No conocía a la gente, que le resultaba extraña, ni al camarero, ni al propio bar. Por supuesto no conocía a aquel hombre que le había despertado, pero recurriría a él para que le explicase aquel entuerto.

“Tu, piltrafa, siéntate aquí, que me vas a contar que cojones pasa aquí”
“¿Y....yo? – dijo el personajillo empezando a asustarse seriamente- “Oiga, que yo es la primera vez que vengo, y ya me march...”.
“Tu no te vas a ninguna parte”- ordenó Edward. – “¡Camarero! Un Grog para mi amigo, y otro para mi. Y tu siéntate o te parto las piernas y hablas conmigo tumbado”.
“Vale, vale. Oiga, no se ponga violento. Le advierto que se Tai Chi y podría salir usted mal parado”- amenazó el hombre, acompañando sus palabras de un penoso temblor de piernas. – “Por cierto, yo casi mejor que eso del grop, me tomaba un gintonic, si no le importa”
“¿Un que?. Bueno, toma lo que te de la gana. Yo me llamo Edward, y tu”.
“Yo, eh..” – dudó – “Me llamo Serafín Zubiri, aunque mis amigos me llaman Pelayo”.



 

jueves, 11 de enero de 2007

Capítulo 6 - ¿Lo cualo?

¿De donde saco estas ideas? - se preguntó Pelayo mientras su abultado pantalón nada hacía indicar la experiencia que había sufrido con anterioridad - Debe ser que el riesgo me pone, si no, no lo comprendo. Aunque bien pensado, seguro que este enfoque le gusta más al hijo de la grandísima de Zacarías - siguió maquinando mientras andaba sin saber bien hacia donde. Por cierto, ¿como eran los números que dijo ese tipo? 1, 8, 12, 34, 45 y 49, umm, creo que si. Oye, ¿y si es un tipo que viene del futuro y en vez de traernos patochadas y tonteces me ha elegido a mí para que me haga rico y viva a cuerpo de sáparta? Vuelo a la administración de loterías.

Evidentemente, a estas horas de la noche las posibilidades de encontrar una administración de lotería abierta es algo remota, así que tras cerciorarse del hecho, le dió un lingotazo a la botella que le dió la vuelta a la etiqueta y pensó - esta es mi noche, con el 6, 8, 19, 30, 45 y 50 seguro que mi suerte cambiará ... espera, ¿no eran el 3, 4,7, 12, 17 y 45? Mierda, mierda, mierda, ¿qué coños de números eran? No puede ser, no puede ser que los haya olvidado. A ver despacio, vamos a recordar los números - dijo mientras ponía voz de hablar con un niño de 4 años. A veeeer, los números eeeeraaaaannnnn ..... mierda me cagon tos sus muertos puestos en fila india bailando la lambada ¡¡no me acuerdo!! - gritó en medio de la negra noche, alumbrada malamente por dos lejanas farolas.

Una persina se levantó brúscamente al lado de su cabeza, casi provocándole un ataque del susto. Aunque mayor fue el susodicho cuando vió que emergió, cuan tortuga de su caparazón, una inmensa cabeza que no hacía más que soltar improperios hacia su persona. Con paso tambaleante, y con el corazón más cerca de la boca que de su cavidad, salió de allí antes que semejante energúmeno diese buena cuenta de su costillar. Será gilipollas, si sólo son las 3 de la mañana, ¿cuanto quiere dormir este quelonio? Anda y que le zurzan - balceó mientras maldecía el cruel giro del destino. Espera un momento, el fiambre dijo algo de un hotel y de una muchacha, ¿no? Ahora sólo tengo que acordarme de dicho nombre y ya está todo hecho, ¿no? ¿no? - se seguía haciendo la pregunta dado qué, obviamente ni se acordaba del nombre del hotel, de la muchacha ni de la madre que parió a Paneque.

Con la frustración a su nivel habitual, el hígado reclamando piedad y la sensación de haberse perdido algo importante, le dió un último remeneo al envase de vidrio reciclable y enfiló hacia el hogar triste hogar. Subió las desgastadas escaleras y un olor a orín perruno le indicó que estaba cerca de la puerta - mierda de perro - masculló mientras abría la puerta con habitual inutilidad - y mierda de cerradura, ¿no se puede estar quieta?. Tras dieciocho blasfemias, tres pedos y dos exabruptos de esos que en los comics de Mortadelo aparecen con rayos, nubes y calaveras, logró entrar en la pocilga a la que nadie podría denominar hogar. Dió tres pasos y se derrumbó sobre el sofá.

No había si no cerrado los ojos, cuando de nuevo volvieron a su mente las historias de piratas depravados sexuales que Zacarías le había pedido.

Esto ya está niquel - masculló Elena mientras ayudada de un mondadientes improvisado extraía un vello púbico de una muela agujereada - cumplido.
Hostías ya, que succión, que maravilla, me has dejado los cojones más fofos que un reloj de Dalí - dijo Edward.
¿Que un qué? ¿De quién? - dijo Elena mientras escupía tratando de eliminar algo de la lengua.
¿Un qué de qué? ¿Quien de quién? - respondió

Capítulo 5: Regreso

1.

Se incorporó totalmente empapado en sudor y con un incipiente dolor de cabeza. Acababa de tener el sueño más raro de toda su vida.

Se irguió totalmente y estiró todos los músculos del cuerpo al unísono, como hacía desde que tenía memoria. Acto seguido, se dispuso a vaciar la vejiga en el árbol más cercano. Al echarse mano al paquete notó cierta humedad en la zona - no recordaba haber tenido sueños húmedos desde su ya lejana adolescencia - y una palabra, Colmenareta, se le vino a la cabeza. ¿Qué podría significar?.

Tras una breve puesta en punto – que consistía en estiramiento, micción, lavado de cara, lavado de bajos, afeitado a cuchillo y desayuno a base de sobras – se dispuso a hacer un poco de ejercicio mañanero para desentumecer sus brazos, que aunque fuertes, estaban cansados: al fin y al cabo se había pasado toda la noche remando.

¿Cuál debería ser su próximo paso? Estaba claro que debía huir de la isla Scabb, objetivo que parecía haber cumplido, y era lógico que su primer alto en el camino fuera la isla Douph, el único lugar del mundo donde todavía le quedaban amigos. O, al menos, eso era lo que pensaba ...

2.

¡ Zaaaaaaassss !
El tremendo bofetón retumbó en toda la estancia.

"Pero ... Elena ... tranquila, cielo" – logró decir Edward mientras esquivaba hábilmente una copa llena de grog.
"¿Tranquila? ¿Tranquila? ¿Quieres que me tranquilice después de todo lo que me has hecho?" – Elena volvía a armarse con un plato de aceitunas.
"Bueno, mujer, no será para tanto ... " – a decir verdad, Edward ya no se acordaba de qué puñetas le podría haber hecho. Mientras trataba de hacer memoria, la mala leche con la que fue lanzado el plato de aceitunas y la escasa movilidad en la pequeña cocina de la Taberna Gran Caudillo hicieron que éste se estrellara en la rodilla derecha de Edward.
"¿Acaso fingir tu propia muerte no es para tanto? Te estuve llorando durante meses, Ed, ¡meses!" – lloró Elena Martínez.

Así que era eso. Edward, por circunstancias siempre ajenas, se había visto obligado a fingir su propia muerte muchas veces. Había cambiado tantas veces de vida que ya no recordaba su verdadero nombre. Stanly Brush, Roberto Threepwood, tantos nombres, tantas historias, ¿cuál sería el verdadero?, ¿sería Ramiro Povedilla? No, era un nombre demasiado absurdo hasta para él.

"Elena, cielo, lo siento, siento mucho lo que hice, pero no tenía otra salida" – susurró mientras intentaba una maniobra de aproximación. Si lograba calmarla puede que incluso esta noche hubiera teta.
"Aparta de mí, sátrapa, malnacido, no quiero verte en el resto de mi vida" – las posibilidades de teta iban en descenso.
"Mira, cariño ..."
"Que no me llames cariño, ¡cojones!"
"Vale, tranquila, todo tiene una explicación, me gustaría contártelo, pero es demasiado peligroso para ti, cuanto menos sepas mejor" – se excusó Edward.
"Claro, Elena es tonta y no puede entender los turbios asuntos de Ed. Siempre me lo ocultas todo, como cuando me ocultaste que te gustaba ponerte mi ropa interior" – comentó Elena con menor enfado, al fin y al cabo, Ed estaba vivo.
"Errr... sí, bueno, esto ..." - ¿qué decir ante eso?
"Me has ocultado cosas, me has engañado, como cuando te pillé follando con mi hermana y me dijiste que es que te habías confundido porque éramos muy parecidas, o cuando ..."
"Vale, vale, lo he captado. Mira, te prometo que cuando acabe todo esto volveré a por ti y te lo contaré todo, ¿de acuerdo? Pero ahora necesito que confíes en mí" – interrumpió a tiempo Ed.
"Toda mi vida he confiado en los hombres y siempre me he arrepentido" – sentenció Elena.
"No me extraña, con esas tetas es normal que los hombres te prometan la luna" - ¿lo había dicho en voz alta?
"Pero bueno, esta vez haré una excepción y confiaré en ti"
"Ah, ¿sí? Digo ¡gracias!"
"Pero sólo por una cosa"
"¿Por mi pene de 20 cms?" - ¿lo había vuelto a decir en voz alta?
"Verás, Ed, tengo que contarte una cosa muy extraña que me sucedió no hace mucho"
"¿Y no me lo podrías contar mientras te chupo una teta?" – joder, tendría que controlar su mente o, mejor dicho, su pene, porque al final acabaría diciendo alguna de estas cosas en alto.
"Verás, Ed, hace un par de meses, apareció por la taberna un hombre alto, corpulento, muy atractivo la verdad, ....

3.

"Buenos días" – dijo el misterioso desconocido enseñando sus blancos dientes en una sonrisa fingida.
"Hola, guapetón, ¿qué te pongo?" – respondió Elena con los ojos más abiertos que de costumbre. De hecho, no todos los días entraba un hombre tan apuesto a la taberna. De hecho, no todos los días entraba un hombre en la taberna.
"Una Pepsi sin" – pidió el hombretón
"¿El qué? No te he entendido" – recriminó Elena mientras se relamía contemplando el paquete del desconocido.
"Err... perdón, quería decir una jarra de grog" – rectificó el desconocido mientras se alegraba de no tener necesidad de rellenar con calcetines su anatomía.
"Vaya, no lo habría adivinado en mil años. Y, dígame, ¿qué hace un bucanero como usted tan lejos de su barco? No le he visto antes por aquí ..." – inquirió Elena mientras concluía el repetitivo ritual de servir una jarra de grog.
"Ni me vas a volver a v... esto, ... nada, negocios sin importancia" – replicó el hombre de blancos dientes mientras se asomaba por encima de la barra a contemplar los voluptuosos senos de la tabernera. Sintió un leve mareo al imaginar su lengua surfeando por ese par de descomunales ...
"..mer?"
"¿Cómo? errr... ¿decía algo?"
"Que si desea algo de comer, aparte de lo obvio, claro" – dijo Elena mientras guiñaba un ojo.
"No, gracias" – sintió el rubor en sus mejillas – "Por cierto, ¿podría hacerle una pregunta?"
"Sí, claro, dispare" –sin duda, una expresión inapropiada que había causado más de un disgusto en la isla Douph.
"¿Conoce a usted a un tal Edward Drummond?"
"Puede que sí, ¿para qué le necesita?" – tuvo que esforzarse para no soltar un gritito de sorpresa.
"Nada importante, tenía que darle un pequeño aparato ..., ya sabe, negocios de piratas"
"Lo siento señor, Edward ha muerto" – repuso Elena.
"Coño" – fue todo lo que alcanzó a decir el hombre.
"¿Cómo dice?"
"Errr... nada, que ¡vaya! Menuda noticia, no me la esperaba" – replicó el hombretón, visiblemente contrariado.
"Bueno, se lo merecía, por cabrón, se pasaba todo el día haciendo chanchullos y olisqueando chochitos. Es normal que acabara así después de todo. Está mejor muerto." – obviamente Elena modificó esta escena mientras se la contaba al regresado-de-entre –los-muertos Ed.
"Sí, seguro que lleva usted razón, pero eso desbarata un poco mis planes ... y no solo los mios" – esto último fue casi inaudible.
"Bueno, si quiere, puede usted contarme los negocios, yo solía llevarle ciertos asuntos a Ed" – era falso, pero no se podía luchar contra la naturaleza cotilla de una tabernera pirata.
"¿No tenía Edward ningún conocido en la isla? ¿O algún sitio donde caerse muerto?" – el hombre alto se resistía a depositar su confianza en una tabernera de una isla de mala muerte. Su semen sin dudarlo, pero su confianza no.
"¿Ese mangurrían? Dormía cada día en la cama de una mujer distinta, se pasaba por la taberna a rogar algo de comida y luego desaparecía para sus chanchullos, supongo. No, aquí no tenía a nadie que le apreciara, excepto a mí" – aunque no del todo cierto, sonó muy convincente.
"En ese caso, creo que no hay más remedio, y mira que me jode no cumplir con mi misión como se supone que debería, pero si Edward está muerto, poco más se puede hacer" – dicho esto el hombre introdujo una mano en su bolsillo y sacó un pequeño artificio, de color negro con incrustaciones en plata y se lo dio a la mujer.
"¿Qué es esto?" – preguntó extrañada Elena. Nunca antes había visto algo así.
"Escucha atentamente: algún día alguien vendrá a la taberna, alguien que tú creías que no verías nunca. Te dirá tres letras, las mismas que están aquí inscritas." – dijo el hombre señalando el extraño aparato – "Cuando eso suceda, deberás darle este aparato y hacerle la mamada más maravillosa que hayas hecho en tu vida" – eso último sobraba, pero, ¡qué coño! hoy se había despertado de buen humor y quería hacerle un regalito a alguien.
"¿Y yo que recibo a cambio?" – puede que pareciera ingenua, pero no desaprovechaba una oportunidad de pillar tajada, eso no.
"Bueno, eso ya lo verás. De momento te puedo dar algo de oro" – dicho esto sacó un puñado de monedas y las depositó en la barra – "pero la recompensa final superará esto con creces"
"Yo esperaba un buen polvo, pero bueno, el oro también me sirve" – comentó Elena mientras un poco de baba se escurría por las comisuras de sus labios. Nunca había visto tanto oro junto, con eso tendría para un par de meses sin tener que vender su cuerpo al primer pirata maloliente que cruzara la puerta.
"Una última cosa. Muy importante." – la mala leche invadía al misterioso hombre, ahora tendría que acudir a algún garito de mala suerte para aliviar la tensión testicular – "Dile a esa persona que me llamo Antonio Moreno".

Dicho esto, el misterioso desconocido, ya no tanto porque al menos se conoce su nombre, se dio media vuelta y desapareció de la taberna, no sin antes dedicar una última mirada al generoso escote de Elena.

4.

"MP3" – dijo Edward
"Pero ... ¿cómo?"
"No lo sé. Creo que lo he soñado, pero creo que en la inscripción esa que me comentas pone MP3".

Y, como Antonio Moreno pronosticó, fue la mamada más maravillosa que Edward había recibido en su miserable vida.

lunes, 11 de diciembre de 2006

Capítulo 4: Donde coño está mi MP3

No era, desde luego, un local de lujo, pero el Peco´s sabía tratar a su clientela: El baño, aceptablemente sucio, estaba provisto de una no escasa colección de pornografía que abarcaba desde el Playboy – el más reciente databa del ’89 – hasta la prestigiosa publicación Pelo en Pecho – solo para muy hombres - , y es que hasta el Peco´s se dejaba caer una variopinta fauna. Pelayo, un hombre de gustos menos controvertidos, tomo para sí un ejemplar de Colmenaretas, jóvenes y castas.

¡PUUMMM! Tronó en los oídos de Pelayo, como un salvaje anticlímax, justo cuando llegaba al desplegable de la reina de las fiestas del pueblo enseñando las rodillas.
Aun aturdido, tardó varios segundos en darse cuenta que salía del baño con los pantalones por las rodillas; parando para subírselos, pudo captar una conversación que se desarrollaba en el bar.

“¡Donde coño está mi MP3!” – gritaba una voz grave, profunda – “no lo voy a repetir más veces”.
“Por favor, no me haga daño” – sonaba Manoli, acentuada por el miedo – “ya le he dicho que no conocía de nada a este tipo, se lo juro”.
“Mira golfa, te doy 3 segundos para que me digas donde habéis escondido el puto MP3, o seguirás la misma suerte que este desgraciado” – sentenció el desconocido.

“No, por favor, por favor, le he dicho la verdad.” – suplicaba la mujer - “Lo único que sé de este tipo es que viene aquí de vez en cuando, y que trabaja en el edificio grande del final de la calle, el de la Telefóni...”

¡PUMM! De nuevo el sonido, ahora claramente identificable para Pelayo, del arma de fuego. Las tripas se le estrujaron y sintió ganas de vomitar, pero paralizado por el miedo, solo acertó a mantenerse en silencio y esperar que no le encontraran.

“Vamos Fran, es evidente que este imbecil no iba a serlo tanto como para traerlo consigo” – apremió una voz femenina, casi dulce – “Será mejor que nos marchemos cuanto antes”

Y después del sonido de la puerta al cerrarse y el estampido del coche calle abajo, solo silencio.
Durante lo que le pareció toda una vida, Pelayo no fue capaz de moverse; jamás habría imaginado que algo así podía ocurrir en el Peco´s, una tasca de mala muerte, sí, pero muy tranquila. Poco a poco, él no era hasta entonces un hombre acostumbrado a la acción, fue volviendo a la realidad y decidió salir de los baños. Cuantas veces había escrito sobre ello, pero que pocas había experimentado verdaderamente lo que era el miedo.

“Joder miedo, que estoy acojonado” – soltó en voz alta tratando de alejar sus propios fantasmas.

La escena que contempló no era mucho peor de lo que había imaginado, eran las ventajas de tener imaginación, pero volvió a sentir unas nauseas, que esta vez no pudo reprimir. Sobre la barra descansaba el cuerpo de Manoli, con la cabeza convertida en una maraña de pelo carmesí apelmazado. En el suelo descansaba, vuelto de lado, el personaje sobre el que debió descargarse el primer disparo. Pelayo, tratando de hacer regresar sus pelotas, cuello abajo, hasta su posición natural, se acercó a los cuerpos para comprobar, casi por instinto de telespectador, si tenían pulso o respiraban. Casi se alegró de que Manoli estuviese más tiesa que un zoofílico a la puerta de Faunia, pero no tuvo tanta suerte con el desconocido; aun respiraba. Se trataba de un hombre bastante corpulento, aunque no gordo, de cabello moreno rizado pegado a la cara por el sudor. Al cruzar su mirada con la del tipo, este pareció reaccionar, desencajando el gesto y apretando con fuerza el brazo con el que Pelayo le incorporaba.

“El MP3, no debe encontrarlo” – susurró – “no debe encontrarlo”.
“Tranquilícese amigo, se pondrá bien” – mintió Pelayo, sorprendido por la indiferencia que sentía hacia el personaje – “suélteme para que pueda ir a pedir ayuda”.
“No, no hay tiempo, no me queda mucho tiempo” – respondió el hombre – “necesito que me ayude, por favor”.
“No veo en que pueda ayudarlo, caballero” – Pelayo veía que no se iba a librar del muerto tan fácilmente – “Déjeme que pida ayuda, es lo mejor”.
“Escúcheme, estúpido, esto es importante” – el desconocido parecía recuperar fuerzas, o perder la paciencia.
“Oiga, no insulte” – dijo sorprendido – “Como se ponga tonto me voy, le dejo aquí, y encima le levanto la cartera, que por otro lado no me vendría mal porque no se como voy a pagar el alquiler de este mes...”.
“Me cago en mi puta suerte, me ha ido a tocar el tonto” – interrumpió el personaje – “A ver, escúcheme porque no se lo voy a repetir; tampoco creo que me llegue el aliento para hacerlo, así que présteme mucha atención”.
“A ver, tarado, si se queda a gusto soltándome el rollo antes de guiña... ejem, bueno, venga, suéltelo ya” – dijo Pelayo.
“Ese hombre que se ha marchado venía buscando algo, pero jamás debe encontrarlo. No se trata exactamente de un MP3, sino de lo que hay grabado en él. Yo no lo tengo, pero sé como encontrarlo.” – explicó el hombre, entre toses – “Debe buscar a una mujer que ..”.
“Joder, aquí el listo; ya sé yo que debo buscar a una mujer” – cortó de nuevo Pelayo – “ que te crees, ¿qué me voy a pasar la vida secándome la médula en el retrete del Peco´s?”.
“Porque señor... porque...” – se lamentaba el hombre, ya perdiendo la poca voz que le quedaba – “Busca a una mujer llamada Elena, Elena Martinez. Trabaja de recepcionista en el hotel Gran Caudillo ****. Encuéntrela y dígale que va de mi parte, de parte de Javier Arenas. Dígale que conoce los números”.
“¿Qué números conozco?”.
“Ya, hostia, ya” – rezongó el moribundo – “1 11 21 1112 3112, recuérdelos bien, 1 11 21 1112 3..” – se interrumpió por un fuerte ataque de tos.
“¿Está usted bien?” – preguntó solícito Pelayo.
“Estoy maravillosamente, pasa que toso para darle emoción a la escena, no te j...” – un fuerte estertor dio fin a la conversación.
“Coño, se ha quedado tieso el tío” – soltó Pelayo casi con alivio – “ 1 11 21 1112 3112, manda huevos, que será eso, ¿los euromillones de este mes?”.

Aun dándole vueltas se incorporó, indeciso. No tardo mucho en darse cuenta de que la escena no era demasiado idílica: 2 cadáveres y él solo allí, como supuesto único testigo pero sin poder decir nada del asaltante, mas que su nombre, Fran. La policía no iba a quedar muy satisfecha de ese testimonio, así que rápidamente tangó una botella de Dyc 7 años – su whisky favorito pese a que teniendo en cuenta que no existía semejante añada de Dyc, tenía q ser a la fuerza garrafón con etiqueta sacada del photoshop – y salió rápidamente, dando gracias de que, como sucedía en las malas novelas policíacas, la policía aun no hubiese hecho acto de presencia a esas alturas.

lunes, 4 de diciembre de 2006

Capítulo 3: la cruda realidad

¿Susan? Ja, ja, ja, ja, ¿qué mierda es esta?
Lo que usted me pidió - balbuceó Pelayo mientras trataba de salir de su asombro. Allí estaba por enésima vez frente a la mesa del más temible de los editores de la editorial Cerbera. Sus anteriores escritos habían sido rechazados cruelmente, pero tenía muchas esperanzas en este. Había tratado de poner toda su alma en él, pero se enfrentaba al imbécil más grande de todo la comarca.
Mira, cuando te pedí un libro de aventuras actual y modernito no me refería a esta bazofia - gruñó Zacarías - quería algo que enganche al público, con tías en pelotas, grandes orgías, disparos y mucha acción.
Pero .... - trató de meter baza Pelayo.
Ya he perdido mucho el tiempo contigo - bramó finiquitando la conversación - Y que manía os ha dado por los nombres extranjeros, ¿no te has enterado que estamos en España. Ay, si levantase la cabeza el Caudillo se iban a terminar estas tonterías y zarandajas. Salga de mi despacho y no vuelva hasta que tenga algo en condiciones - gritó escupiendo exageradamente Zacarías.

Antes que pudiera ni siquiera recoger el original, se veía en la calle, habiendo sido sacado con malos modos del despacho por una especie de orangután de uniforme. La verdad que no ha sido para tanto - pensó Pelayo - la vez anterior fue peor.

Pelayo era la típica persona soñadora, que un día se levantó y supo que su futuro era manchar hojas hasta convertirse en un nuevo Stephen King. Pero hasta ahora no había tenido más que fracasos como el de ahora. Sus grandes sueños se estaban tornando en una frustración que le envolvía y no le dejaba crear nada bueno. O nada bueno para aquel imbécil de editor aceptase. Actualmente, la línea editorial de Cerbera estaba perdiendo el rumbo, habiendo sido mal aconsejada y peor gestionada.

La noche caía con su negro manto y las luces de los locales de alterne daban luz a su lúgubre calle. Voy a parar en Peco´s y me tomo algo - masculló frunciendo el entrecejo, tratando de engañarse. Llevaba muchos años siguiendo esa rutina, pero él se negaba a aceptarlo. Él se prefería ver como un bohemio antes que como un alcohólico, putero y fracasado ser humano.

¿Qué va a ser? ¿Lo de siempre Espronceda? - Se burló Manoli mientras abría la botella de Dyc gran reserva 7 años que rellenaba de garrafón toda las noches.
No, hoy voy a cambiar. Necesito un cambio en la vida. Mejor sorpréndeme, ponme lo más fuerte que tengas - dijo Pelayo mientras se alegraba la mirada con los pechos ya mustios de Svrenika, una rusa que vino a España hablando cuatro idiomas y con dos carreras y que se dedicaba a hablar sólo una.
Bueno, tu verás - aseveró Manoli mientras vertía el negruzco contenido de una vieja botella en el aún más oscuro y asqueroso vaso que había limpiado con el mandil. Y es que Peco´s no era un local de lujo, desde luego.
Pelayo bebió de un trago ese mejunge, dejó unos euros sobre la barra y se dirigió al servicio.


lunes, 27 de noviembre de 2006

Capítulo 2: Escalofrío

Un intenso y seco dolor inundó la cabeza de Edward y se extendió rápidamente por todo su cuerpo, privándole momentáneamente de todos sus sentidos. La fuerza desapareció de sus piernas y cayó al suelo dejando un reguero de sangre y saliva en el aire, que instantes después se posaría sobre su cara.

Aturdido, intentó ponerse de nuevo en pie, pero solo lo consiguió a medias, quedándose sujeto sobre sus rodillas y codos. De nuevo, otro dolor le invadió el cuerpo, esta vez con origen en su cavidad abdominal. La inercia del golpe le hizo darse la vuelta y quedar tendido boca arriba. A duras penas consiguió entreabrir los ojos y ver a su agresor a través de una densa capa de sangre.

"¡Levántate, gandul!" – bramó una voz ronca, aunque Edward solo acertó a oír "...ate, ...dul" con sus todavía doloridos oídos.
"Sí, señor" – intentó pronunciar mientras la sangre que recorría su cara entraba en su boca, dejándole un cobrizo regusto en la lengua.
"¿Acaso no recuerdas las indicaciones que te di ayer?" – inquirió la ronca voz
"Ehh, sí, claro, las indicaciones" – Edward intentaba ganar algo de tiempo mientras se alzaba tambaleante e intentaba concentrarse en la pregunta formulada por su agresor. Tarea difícil, pues sentía que la cabeza le iba a estallar de un momento a otro.
"¡Despierta ya, maldito hijo de puta!" – con un diestro revés propinado en la boca, la voz ronca consiguió dar al traste con el intento de Edward de levantarse.
"Verifica de nuevo el rumbo y ven a verme cuando lo hayas hecho" – ordenó la voz.

Edward quedó postrado unos minutos, intentando poco a poco recobrar sus facultades. Cuando se halló con suficientes fuerzas, subió a cubierta y se dispuso a escudriñar el cielo con el astrolabio para intentar averiguar cual había sido su error. Tras un minucioso vistazo y unos rápidos cálculos, Edward se dirigió al castillo de popa.

"Maestro Hawk, nos hemos desviado dos grados ... " – empezó a decir Edward tímidamente.
"Ya me he dado cuenta, imbécil" – interrumpió Hawk – "Lo que quiero que me expliques es porqué nos hemos desviado del rumbo".
"No lo sé, señor. Anoche realicé las mediciones dos veces ya que el cielo estaba cubierto de nubes, tal y como me habéis enseñado" – intentó justificar Edward.
"¿Me estás diciendo qué te he enseñado mal, grumete insolente?" – preguntó Hawk.
"No señor, solo digo que no sé lo que ha podido pasar para ..." – empezó a explicar Edward.
"Yo te lo diré, Ed" – volvió a interrumpir Hawk – "lo que sucede es que te has equivocado. Y en vez de cargar tú con la culpa, pretendes que lo haga otro. Por tu pequeña cabeza solo pasan historias de grandes bucaneros, exitosos filibusteros y lujosos tesoros. Pero todavía tienes que aprender muchas cosas. Y una de ella es reconocer tus propios errores".

Edward recordaba esas palabras de su antiguo maestro, que le había comprado en una feria de esclavos a la tierna edad de 5 años, mientras se acariciaba la cicatriz que atravesaba su frente, recuerdo de aquel día de su octavo cumpleaños. Y el regalo que recibió de su maestro, aparte de la cicatriz, fue una visita al burdel que Hawk solía frecuentar, el único lo suficientemente falto de fondos como para permitir la entrada de ese feo, desagradable y cruel corsario conocido como Hawk.

En aquel momento, Hawk no sabía que Edward no solo iba a reconocer sus errores, sino que se vería obligado a cargar con los errores de otros. Y las consecuencias que pagaría por ello serían terribles. Edward tampoco sabía en aquel momento que las enseñanzas de su maestro, tanto en materia de navegación como en muchas otras, le salvarían la vida en varias ocasiones.

Al fin, la suave caricia del primer rayo de sol mañanero se posó sobre su piel provocándole un agradable escalofrío, intensificado tras haberse pasado toda la noche remando y soñando bajo la lluvia. Solo la sensación de un dedo femenino recorriendo su espalda era capaz de producirle más placer.

La pequeña cordillera central de la isla Douph emergió del anaranjado horizonte envuelta en una ligera neblina. En unas pocas horas, Edward alcanzaría la costa, atravesaría la selva (no iba a ser tan idiota como para tomar tierra cerca del pueblo) y se dirigiría al pequeño puerto de pescadores de isla Douph. Lo haría mientras una única palabra retumbase dentro de su cabeza, como había retumbado durante los últimos años:

Susan.

lunes, 20 de noviembre de 2006

Capítulo 1: Para siempre es demasiado tiempo

Las luces y los gritos fueron poco a poco absorbidos por la lluvia y la noche. Afortunadamente conocía aquella parte de la isla mejor que nadie, y era improbable que los guardias pudieran alcanzarle ya.

Estaba agotado, pero la sensación de libertad, que tanto había extrañado, y la inquietud de volver a ser atrapado le impedían apenas descansar. Tras meditarlo unos instantes, decidió que invertiría sus últimas fuerzas en alcanzar el puerto; era muy arriesgado habiendo pasado tan pocas horas desde que escapó, pero una noche tormentosa como aquella podía ser un aliado determinante. Además nadie le creería tan loco como para intentar aventurarse en el mar con aquel tiempo, en la oscuridad; ya le habían subestimado una vez aquel día, tal vez fuese así de nuevo.

"Edward Drummond, se le acusa de los siguientes delitos" - dijo el juez - "Robo con violencia, y asesinato"

El puerto no estaba lejos, y él se movía rápido. Su padre le había legado un físico envidiable; eso y el amargo sabor de verse solo en el mundo apenas cumplidos los 2 años. Henry Drummond, según pudo leer en las cartas que le dejó su madre, había sido un marino inglés, que sirvió en la armada durante 15 años, hasta que cayó muerto en un enfrentamiento con la flota española. Otras personas, sin embargo, cuestionaban abiertamente esa versión, afirmando que Henry no era más que un corsario, que se servía a sí mismo, y encontró merecida muerte. Su madre, Virginia Alonso, había nacido en un pequeño pueblo de la costa norte de España. Conoció a Henry en uno de los viajes de este, cuando se detuvieron en el puerto donde el padre de Virginia faenaba. En realidad no tenía muchos más datos sobre ellos, apenas esas líneas escritas como despedida. No era algo que le perturbase excesivamente, había aprendido a vivir con ello y no aspiraba a averiguar más que lo que casualmente pudiese caer en su camino. Su verdadero problema era no saber hacia donde caminar.

Las primeras luces del pequeño puerto de Scabb ya asomaban sobre la rocosa montaña por la que Edward se había acercado. Como había previsto, varias patrullas de guardias y soldados de la isla patrullaban la zona, pero sin excesivo interés; le resultaría fácil acercarse desde el agua, una vez llegase abajo. Como en la mayoría de las islas del Caribe, contaba con un buen número de barcos extranjeros, algunos de ellos realmente magníficos. Pero él necesitaba algo pequeño, algo accesible, aunque inevitablemente frágil. Se creía perfectamente capaz de alcanzar la vecina isla de Douph en uno de esos pequeños botes, no obstante, a sus 25 años, era el mejor marino en muchos kilómetros a la redonda. Sus días habían trascurrido entre barcos y puertos. Sus noches, entre tabernas y camas que no eran la suya. El corazón le latía fuerte cuando entró en el agua, pero el contacto del mar le tranquilizó, siempre lo hacía. Más incluso que cualquier mujer, más incluso que el afilado acero o la sangre.

"¿Cómo se declara el acusado?" - el juez le miró fijamente. El silencio de la sala se hacía tremendamente opresivo.
"Señor Drummond, le he hecho una pregunta" - exclamó el juez, que rápidamente recuperó la compostura - "¿Cómo se declara?"
"..Culpable" - apenas un áspero susurro, que sin embargo todos pudieron apreciar.

La barca era perfecta. Se encontraba en una zona donde no le resultaría difícil ocultarse de las miradas, ya que un enorme galeón tapaba completamente la visión desde el puerto. Los alimentos que había podido robar durante la huída le iban a resultar verdaderamente útiles; el bote, como era costumbre entre los pescadores, contaba con un pequeño depósito de agua, que aunque no estaba fresca, sería suficiente para llegar a Douph.

"De acuerdo" - el juez esbozó una ligera sonrisa que solo Edward pareció notar - "Teniendo en cuenta la enorme gravedad de los delitos cometidos, este tribunal le condena a pasar el resto de su vida en la prisión de Scabb. Estará allí para siempre".

El agua se abría al paso del bote. La oscuridad y su destreza habían sido suficientes para esquivar los últimos intentos de la guardia por atraparle. Dejó que la lluvia lo espabilase. La noche iba a ser larga.

"Para siempre.... para siempre es demasiado tiempo, juez".